De vidas y calles
Los espacios tienen dimensión temporal y el tiempo dimensión espacial. Es por eso por lo que tu vida se parece tanto a la casa en la que vives y a las calles que recorres.
Los espacios tienen dimensión temporal y el tiempo dimensión espacial. Es por eso por lo que tu vida se parece tanto a la casa en la que vives y a las calles que recorres.
Al despertar de la siesta, veo la llamada perdida de un querido amigo. Lo llamo, pero como su teléfono está ocupado me pongo a pensar en el motivo de su llamada. Finales de julio, días previos a las vacaciones, seguro que se trata de un encuentro, una barbacoa de despedida o algo así. Él tiene tres hijos como yo, de manera que se tratará de un encuentro jaleoso con pizzas y ‘fantas’ en el que los adultos conversaremos bajo la continua interrupción del vaso de agua, de la rodilla desollada, del “niño, que te he dicho que dejes en paz…
Me gustaría decirles que he venido a Londres para correr la gran maratón, pero les mentiría. Lo único cierto es que ya estuve aquí hace cien años. Londres tiene un siglo, como Roma tiene veinte.
Cuando éramos niños febrero no existía. Había primaveras tenaces y veranos eternos. Febrero sólo era el mes en el que llevábamos una bufanda que nuestra madre había tejido y que nosotros olvidábamos o perdíamos al tercer día.
En una entrevista me preguntan por libros que me han marcado. Me gusta la pregunta y me pongo a redactar mi propia lista. Me llama la atención que entre mis finalistas a bote pronto me aparecen varios libros leídos a los quince, entre ellos Siddharta de Hermann Hesse.
Me hablan de un gurú instalado en Granada y que practica el arte de la adivinación. Enseguida pido su dirección. El gran placer de las artes adivinatorias no está en verificar cómo aciertan o en demostrar que fracasan, sino en la verdad que transmiten: que el futuro es tan inamovible como el pasado, que ocurrirá lo que tenga que ocurrir, que hagas lo que hagas te equivocarás. La adivinación es por eso una fuente de serenidad.